sábado, 26 de enero de 2013

Hace cuarenta años

Hay libros que pasan por tu vida como los días que no son buenos ni malos, sino pura monotonía que no hará mella en tu memoria. Sin embargo, existen otros que te marcan aunque opongas la más firme de las resistencias; esos que desde la primera frase te poseen para convertirte en cómplice de aquello que se narra, experimentadora de los sentimientos que se evocan desde otro mundo, viajera de estancias desconocidas que parecen haber pertenecido siempre al tuyo.

Así es Hace cuarenta años, historia en la que Maria Van Rysselberghe abre su corazón para compartir un amor que ensalza y destroza, que duele por llegar tras el que describe como "alegre", que es ahogado en la tragedia para preservar la inocente felicidad de quienes también son amados, si bien de otra forma.

"La Petite Dame", que era como se conocía a la mujer de Van Rysselberghe, rememora su relación con Émile Verhaeren, a quien llamará Hubert, y lo hace cuando ya ni su marido ni el resto de participantes pueden sufrir dolor alguno, como fiel guardiana de una promesa pasada. Pero no cae en la vulgaridad de descripciones innecesarias o explicaciones mundanas. Se concentra en la esencia, en lo que toca el corazón y lo pelliza y remueve; en frases y palabras sabiamente escogidas que elevan su historia por encima del prejuicio, metiéndonos tanto en la piel de quienes la vivieron que se convierte en natural compadecerse de la tortuosa chanza que el destino les regaló, admirando su no concesión, su freno, como cuando alabamos a quienes logran lo imposible. Pues son infinitas las formas de amar, "Y además, ¿acaso sabe uno lo que ama de las personas?"

Lectura obligada. Simplemente.



No hay comentarios:

Publicar un comentario